martes, 23 de febrero de 2010

La plaga de taras.

"En el umbral de la eternidad" de Vincent van Gogh.

Cioran dijo que es facilísimo crear la idea de profundidad en uno mismo: "basta con dejarse invadir por las propias taras". Afirmación gratuita si tomamos en cuenta que, por cada una de sus payasadas Gallimard lo compensaba con 2 veces el valor unitario de un ejemplar vendido. En los periodos en los que física o mentalmente s'esté obnibulado de juventud, vigorosa e impertinente, es muy probable que se termine aceptando que un axioma tan barato como exacto tiene cabida en el intelecto.

En un modo ridículamente confesional y moralista (en el estricto significado relativo) me inclino a pesar que, ahora puedo dejar que cada uno de los defectos inherentes a mi constitución se manifieste. E invadido así, permitirme trabajar eficientemente sobre, dígolo tal cual, una hipótesis de vida.

Durante años rechace la explicación terapéutica plasmada en hojas -virtuales o de celulosa- porque creí, sencillamente, que era inelegante sumirse en sí mismo. Ni las condiciones sociales ni climáticas le permiten, a un hombre como yo, emular a los maestros exiliados de la lengua inglesa o al estoicismo de los maestros en lengua alemana o la introspección en las lenguas rusas o, para n'irme lejos, los acróbatas en español. Excecré la manera en muchosímas personas han encontrado su propia reflexión, desligadas de la exigencia artística o manía mercantil del objeto acabado, s'aplican a sí mismos a contarse y contarnos qué piensan y sienten y de qué dudan o a qué le temen. Un medio tan carente de prestigio es, por supuesto, abominable para, otra vez, una juventud ambiciosa mas ignorante de sus propios alcances -de la nulidad de estos-, sin embargo, es un medio lícito para cometer toda clase de vulgaridades como hablar en primera persona de uno mismo.

No es que uno no esté plagado ya de todo lo arriba mencionado, sino que, a guisa de breviario, me pongo a conjurarme escrito para obtener algún elemento dúctil que pueda moldear en réplicas de carbón y exclamar "¡sentido he, pensado he!" mejor infestado de objetividad académica, de incongruencias para concebir y tolerar la impertinencia de labrarme una vida y hacerme evidente en los objetos emitidos que resuenen mi estimada fatalidad en lo que sucede en todas mis horas y todos mis días.

Entonces, se trata de plasmarse, y quizás, concretarse, alcanzar el conocimiento suficiente para de la hez cerebral, crear, sin que demerite nada en uno. No hay puntos de partida ni de relevo, ni siquiera metas. Dada la evidencia y los miles de ejemplos documentados, sólo permítome elucubrar sesgos maniqueos y disfrutar el afirmarme constantemente que los significantes del mundo somos faltos de signos.

"Hube siempre pensado en todo lo que haría, de tal manera que pudiera renunciar a hacerlo".

Escríbome en un impreciso pronunciamiento reflexivo y privado desde ahora.

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