domingo, 19 de diciembre de 2010

Desasosiego



Te levantas del sillón, dejas la computadora al lado. Te acercas lentamente a la ventana; admiras el reflejo del sol vespertino sobre las ventanas de la casa de enfrente, el reflejo te da de lleno en la cara. Tus ojos brillan, sabes que relumbran. Sonríes, complacido sonríes en la quietud y el silencio. No piensas en nada.

Vas a tu recámara, ya vas pensando en las mismas trivialidades; vas diciéndote qué es lo que desearías hacer ahora mismo. Te recuestas, acaricias tu entrepierna. Ruedas sobre la cama destendida, hueles aromas lascivos, te quedas bocabajo rumiando.

De entre las trivialidades que ibas pensando surgen, cual tráfago, los mismos pensamientos azarosos que te hielan la sangre. Irresoluto te incorporas, tomas tu teléfono pero no haces ninguna llamada, lo miras como si mirases tu propio rostro en un espejo. Te sientas en el borde.

Suspiras y dudas acerca de qué esconden tus ojos relumbrantes y tu sonrisa plácida, mas, no puedes siquiera formularte alguna pregunta, tus ojos se nublan, tu sonrisa se desdibuja y todo tu pensamiento se arredra de repente. Deseas recordar algún rostro que te devuelva certidumbre; ha anochecido, la casa está en tinieblas y, conforme va oscureciendo, desaparecen de tu memoria los nombres y los rostros de las personas que te han visto a los ojos y sonreído de vuelta a tu sonrisa. Apesumbrado (y un poco angustiado) prendes rápido la luz.

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