miércoles, 29 de abril de 2009

Hombro con hombro


Qu'extendida la mano que m'alcance cuando mi diestra oscile espasmódicamente sobre mi cara, se torne dogales, anudados en mis dedos, en mi antebrazo, atravesándome, allí, bien amarrado me detenga. Echándome raíces, porque las raíces me permitirían abrir el paso de mis estampidas feroces, en las que cabalgo postulándome imposturas.

Sentados en la misma mesa, bebiendo del mismo vaso, rozándome la mano siniestra (que contiene los sortilegios mal conjurados). Sentado en l'otra mesa, bebiendo en otro vaso, acaricié mi diestra con mi izquierda ya atada. Las mismas miradas con las que no puedo ver, se entrelucen en l'ángulo prismático de mi hombro derecho, qu'en detrimento del presagio, no tiene la mínima huella de oscilación.

Uno contra l'otro y mis huesos truenan, sincronizadamente, al ritmo de un pulso ya no proveniente de mi plexo, en donde los dogales han echado más raíces, donde esos nervios telúricos tejen secuencias perfectamente opuestas a lo que sucede.

E intento encoger mis hombros, por aquello de la dignidad, bien cincelados en el reflejo, los contorsiono para sacarles un poco de indolencia. Uno aún contiene vestigios de mis indecencias. A mí no m'importa entonces demasiado, sacúdome l'otro y dejo mi resolución incompleta a falta de bestias a las cuales arrear.

Que mis manos hombro con hombro reclamen mis húmeros y escapulas, que m'enraicen, que les enraicen en en la misma longitud en la que los dogales se me retuercen.

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